martes, 6 de octubre de 2020

La mariposa azul (un relato oriental)

    Había un señor viudo que vivía con sus dos hijas curiosas e inteligentes. Las niñas siempre le cuestionaban todo, hacían muchas preguntas a las que el padre a veces sabía responder, pero en ocasiones no se sentía con la sabiduría suficiente como para aclarar las dudas que ellas manifestaban. Como pretendía brindarles la mejor educación, mandó a las niñas de vacaciones con un sabio que vivía en lo alto de una colina.
    El sabio siempre respondía todas las preguntas sin siquiera dudar. Impacientes con el maestro, las jóvenes decidieron inventar una pregunta que él no pudiera responder correctamente.
    Entonces, una de ellas apareció con una hermosa mariposa azul que usaría para engañar al sabio.
-¿Qué vas a hacer? –preguntó la hermana. –Voy a esconder la mariposa en mis manos y le voy a preguntar si está viva o muerta. Si él dice que está muerta, abriré mis manos y la dejaré volar. Si dice que está viva, la apretaré y la mataré.         Así, cualquiera que sea su respuesta, ésta será equivocada.
    Las dos niñas fueron entonces al encuentro del sabio que estaba meditando.
-Tengo aquí una mariposa azul, dígame, sabio, ¿está viva o muerta?. Muy calmadamente el sabio sonrió y respondió: -Depende de ti…ella está en tus manos…
    Así es nuestra vida, nuestro presente y nuestro futuro. No debemos culpar a nadie cuando algo falla, somos responsables por lo que juzgamos bueno o malo. Nuestra vida está en nuestras manos, como la mariposa azul. Nos toca a nosotros escoger qué hacer con ella y hacernos cargo de las consecuencias.

 

FATIMA LA HILANDERA-CUENTO DE LA ANTIGUA CHINA

     En un lejano reino de Occidente, vivía una hermosa joven llamada
Fatima que crecía alegre y feliz en el seno de una familia de
hilanderos, una familia experta en el arte de fabricar cuerdas para los usos más variados que se pudiera imaginar. Fatima, conforme se iba haciendo mujer compartía los trabajos y aprendía a la perfección el manejo de sus manos, con lo que ya a edad temprana, había alcanzado una destreza digna de los mejores maestros.
    Un día de primavera, su padre, acercándose a ella, le dijo: "Querida hija, como ya eres una mujer, sería conveniente que vinieras conmigo en la próxima travesía por mar. Tengo transacciones que realizar en las Islas del Mar Mediterráneo y pienso que además de ayudarme en mis tareas y conocer mundo, tal vez encuentres un joven honrado y de buena posición con el que quieras formar una familia".
    Fatima aceptó encantada la propuesta de su padre y se puso de inmediato a preparar todo lo necesario. Llegado el momento de partir,emprendieron el camino y tras varias semanas de viaje llegaron a su primer destino. Una vez allí y, mientras el padre realizaba sus negocios y formalizaba pactos, Fatima soñaba con el esposo que, de un momento a otro, podría aparecer y, de inmediato, reconocería.
    Pero de pronto, cuando se encontraban en alta mar camino de Creta, se levantó una tormenta con un oleaje tan terrible que el barco terminó por naufragar.
Entre vientos y grandes olas, Fatima cayó al mar y, tras unas horas de angustia, fue llevada por la marea hasta una playa cercana. Su padre había muerto y ella se sentía totalmente hundida y desamparada.
    Pasadas algunas horas, y ya bajo el sol del mediodía, Fatima vagaba por la arena pensando en su suerte y en sus grandes sueños rotos... así pasaron varias horas, hasta que al fin, fue encontrada por una familia de tejedores que por aquellas cercanías vivía, los cuales a pesar de ser pobres, la acogieron en su casa como si de una hija más se tratase, con la intención de compartir su comida y su oficio.
    Fatima se entregó a los trabajos de aquella familia y, poco a poco, fue haciéndose una experta en la confección de las telas. Pasado un tiempo, Fatima ya conocía los secretos de los más extraños tejidos. De esta manera, la joven iniciaba una segunda vida, en la que llegó a ser plenamente feliz, reconciliada con su suerte y su destino.
    Pero llegó un día, en el que hallándose sentada en la playa sonriendo al horizonte, desembarcó una banda de mercaderes de esclavos que, sorprendiéndola de súbito, se la llevaron presa junto con otro grupo de cautivos.
    A pesar de lamentarse amargamente por su suerte, no encontró
compasión por parte de ninguno de sus captores, quienes la llevaron a Estambul y finalmente la vendieron como esclava. Por segunda vez su mundo se había derrumbado. Una vez más, lloraba amargamente, entristecida por su suerte...
Sin embargo, sucedió algo que cambiaría de nuevo el rumbo de su vida. Aquel día, casualmente en el mercado había pocos compradores. Pero entre ellos se encontraba un rico mercader que buscaba esclavos para su próspera planta de fabricación de mástiles. Cuando vio el abatimiento de la muchacha, sintió compasión por ella y decidió comprarla pensando que, de este modo, podría ofrecerle una vida más digna.
    Más tarde, llevando a Fatima a su hogar con intención de hacer de ella una ayudante para su esposa, se enteró de que un incendio había arruinado sus cargamentos y acabado con todas sus existencias... por lo que no pudiendo afrontar los gastos que le ocasionaba tener trabajadores, se quedó tan sólo con Viviana que, junto a él y su esposa, llevarían a cabo la tarea de fabricar mástiles de verdadera artesanía.
    Fatima agradecida al mercader por haberla rescatado, trabajó con
tanta entrega y diligencia que consiguió a los pocos años llegar ser una auténtica experta en la fabricación de toda clase postes y mástiles,por difíciles que estos fuesen de resolver. Al poco tiempo, su amo en agradecimiento a los buenos servicios, le concedió la libertad, pasando a trabajar para él como ayudante de confianza. Fue así como consiguió ser feliz y plenamente dichosa en ésta, su tercera profesión.
    Así pasó el tiempo hasta que un día, aquel buen hombre le dijo:
"Fatima, yo ya voy siendo viejo y, quiero que, en esta ocasión, seas tú quien vaya a Java a entregar unos mástiles de gran valor. Asegúrate en mi nombre de venderlos con provecho".
    Ella se puso en camino contenta y feliz de viajar hacia su tan soñado Oriente... pero ¡Oh destino! cuando el barco estuvo frente a las costas de China, un terrible tifón lo hizo naufragar y, ¡Horror! Una vez más, se vio arrojada a la playa de un país totalmente desconocido. "¡Otra vez!" se decía llorando amargamente. "Mi vida vuelve a tropezar ante el destino ¿Qué deberé ahora de aprender y superar?"
Fatima sentía que cuando conseguía dominar plenamente algún oficio y sentar las raíces de su vida, sucedía algo inesperado que la hacía cambiar de dirección.
    Una vez repuesta, se levantó de la arena y se puso a caminar en dirección a un poblado que divisó a lo lejos. Como no era frecuente la presencia de viajeros de raza blanca, fue acogida con respeto y curiosidad... pero sucedió que en aquel país existía una leyenda profética... se decía que un día llegaría una mujer extranjera, capaz de hacer, ella sola y sin ayuda de nadie, un templo para el Emperador de difícil y compleja construcción.
    Y puesto que en aquel entonces en China no había nadie que pudiera por sí solo hacer este tipo de construcciones, todo el Imperio esperaba el cumplimiento de aquella extraña predicción con la más vívida expectativa.
    Al fin de estar seguros de que cuando llegara la extranjera por aquellas tierras no pasara inadvertida, los sucesivos emperadores de China solían enviar heraldos, una vez cada año, a todas las ciudades y aldeas del país, pidiendo que cada mujer extranjera fuera llevada a la corte.
    Fue justamente en una de esas ocasiones cuando Fatima fue presentada al Emperador: "Señora" dijo el Emperador "¿Seríais capaz de construir un templo para el Imperio que tenga las características que aquí figuran, pero sin ayuda de ninguna otra mano?" dijo, mostrándole un papiro pleno de garabatos e imágenes.
    Ella tras observarlo detenidamente, se sintió de pronto iluminada.
    Sabía que era capaz de hacerlo, ya que por lo que dedujo, hacía falta un mástil tan fuerte y flexible como los que habían dado tanta fama a su antiguo amo el mercader. Asimismo se requería un tipo de tela, de características tales, que tan sólo aquellos entrañables tejedores con los que compartió afecto y habilidades, podrían haberle enseñado. Y por último, dedujo que esa construcción debía poseer unos sistemas de sujeción de una clase de cuerda tal, que pudiesen soportar el impacto de los fuertes vientos sin perder tensión y resistencia. Sólo sus padres, aquellos expertos maestros hilanderos, podrían haberle enseñado algo así.
    Fátima trabajó muy duramente por espacio de nueve meses. Y
finalmente presentó su obra al Emperador, el cual tras observar con asombro la perfección y detalle de su creación, premió a Fátima con la generosidad de las grandes recompensas con sabor a destino.
    La PROSPERIDAD, EL AMOR Y LA SABIDURÍA habían llegado de
manera plena y abundante a la vida de una Fátima que encarnaba la plenitud y la grandeza de la vida.
    Cuentan que todo aquel que llegó a conocerla, salía de su presencia, iluminado de esa extraña confianza y certeza que proporciona la percepción de los grandes destinos del alma.
    Tras ejercer la sabiduría y el amor supremos en una vida fecunda e intensa, Fátima murió en paz y armonía a la edad de 99 años. Desde entonces, se dice que su espíritu susurra a los oídos de los que se sienten abandonados por su suerte, que no teman... que confíen... que

    Tras los vaivenes de la vida...
        Late un Camino Mayor que acompaña
            y protege a los que siguen adelante.

domingo, 6 de septiembre de 2020

La sonrisa de Zhang/Liliana Bodoc

                                         La sonrisa de Zhang
 

Comienza este cuento en un lejano, de veras lejano país.
Un mapa misterioso como un tul. Un sitio que se pliega en abanico para resguardar su mejor dibujo de la vista de los curiosos.
Hay allí sabios que piensan en verso.
Hay garzas blancas y garzas negras.
Zhang nació y creció en un campo de arroz. Y no fue conocido por su estatura, por su talento ni por su riqueza. Fue conocido por su sonrisa.
Tlingr, algo así Triningl, o así.
Parecido a eso o no tanto, porque es difícil escribir el sonido de una sonrisa.
Porque sonaba la sonrisa de Zhang; hacía un ruido ligero pero inconfundible.
Tlingr Triningl
La sonrisa de Zhang nació y creció en un campo de arroz pero, a diferencia de él, no se hizo vieja; sino algo peor.
Ocurrió así.
Luego de muchos años de ver atardecer juntos, en el arrozal, su amada esposa murió mientras tendía ropa.
Poco tiempo después, el único hijo de Zhang pronunció una palabra extraña. Dijo Argentina. Dijo, tuvo que repetir; explicó y señaló con el dedo.
- Aquí, ¿lo ves, padre? En la punta del mundo.
Zhang movió la cabeza a un lado y a otro.
- Yo me quedo en mi arrozal – respondió con rencor.
El hijo de Zhang tomó del brazo a su joven mujer. La joven mujer se abrigó
el vientre. Y partieron.
- También hay garzas plateadas – pensó Zhang cuando el avión se perdía en el cielo.
Y desde entonces, nunca más sonrió.
Ahora Zhang está muy viejo. Viejo para estar solo y también para emprender un largo viaje.
Zhang es viejo para casi todo, hasta para caminar por el campo de arroz.
De nuevo, su hijo lo ha mandado a llamar.
“Ven aquí padre. Este es un buen lugar... No grande como nuestra nación.
Pero están tu dos nietos, mi esposa y yo para cuidar de ti”
Zhang acude a un sabio y le pregunta
Suspira el sabio, espera, deja pasar la última ese, sorbe silencio y sacude la sombra de los dedos antes de responder.
- No hay mejor hogar que un abrazo – dice. 

Entonces, el pobre Zhang saluda al arrozal con todas las lágrimas que ha acumulado. Y sube al avión, seguro de que nunca más volverá a ver los montes asombrosos de la China.
Buen aterrizaje para un día de invierno. Aeropuerto internacional. ¡Pobre Zhang! Los idiomas que no comprendemos suelen sonar estridentes,
amenazadores o enojados.
Lo esperan su hijo y su nuera. Junto a ellos, un muchacho y una jovencita...
Son sus nietos, pero Zhang no sabe cómo saludarlos. El viejo piensa que no van a gustarles los regalos que les trajo. Y tiene razón.
El camino a la casa es penoso. Las preguntas, forzadas.
Tal vez porque sus padre los obligan a hablar en cantonés, sus nietos casi no le dirigen la palabra. Enseguida se ponen auriculares, y adiós abuelo con tus sabios, tus garzas blancas y negras, adiós con tu arrozal...
El viejo Zhang mira por la ventanilla para ocultar sus lágrimas.
Él pensaba que sus nietos iban a preguntarle sobre su país, pero eso no ocurre.
Pensaba que iban preguntarle por su abuela, pero eso tampoco ocurre.
Pensaba que iban a caminar juntos por esas calles nuevas...
¡Qué equivocado estabas, viejo Zhang!
Tu hijo y tu nuera están al frente de un pequeño supermercado de barrio, y
no tienen tiempo para tu pena. Tus nietos ríen y callan en español.
¿Y ahora qué, viejo Zhang? Lejos de tus vecinos, de tu campo de arroz.
Ahora el mar ya no tiene regreso.
Zhang se sienta en un banco de madera, junto a la puerta del negocio de su hijo, a esperar que pase la gran garza de la muerte.
Zhang vive silencioso y ajeno a lo que ocurre a su alrededor... La gente del barrio murmura: Es un hombre antipático. Si no le gusta este país, ¿para qué vino,
eh? ¿Para qué vino? ¿Para qué vino?
Zhang no puede explicarles de su dulce esposa, ni de sus atardeceres...
Zhang no sabe cómo se cuenta una vida entera en español.
En la parte delantera del pequeño supermercado, hay una verdulería.
La hija de la mujer que vende verdura mira a Zhang fijamente, escondida detrás de una naranja. La pequeña se limpia el jugo con el brazo y camina hasta el sitio donde está sentado el viejo.
¿Qué te pasa?, le pregunta.
¿Por qué lloras?, le pregunta.
¿Cómo te llamas?, le pregunta.
Yo me llamo Mariana, le dice.
Yo tengo así de años, le muestra.
Y sin esperar respuesta, se trepa a las rodillas del viejo y lo rodea con sus brazos flaquitos.
Es un abrazo chiquito y verdadero como un hogar.
Tlingr, algo así Triningl, o así.
Ahora, el país del extremo sur, ya tiene una sonrisa sonora.

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Autor: Liliana Bodoc

 Nació en Santa Fe, Argentina. (1958- 2018)

Parábola china/Herman Hesse

Parábola china

Un anciano llamado Chunglang, que quiere decir «Maese La Roca», tenía una pequeña propiedad en la montaña. Sucedió cierto día que se le escapó uno de sus caballos y los vecinos se acercaron a manifestarle su condolencia.

Sin embargo el anciano replicó:

-¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!

Y hete aquí que varios días después el caballo regresó, y traía consigo toda una manada de caballos cimarrones. De nuevo se presentaron los vecinos y lo felicitaron por su buena suerte.

Pero el viejo de la montaña les dijo:

-¡Quién sabe si eso ha sido un suceso afortunado!

Como tenían tantos caballos, el hijo del anciano se aficionó a montarlos, pero un día se cayó y se rompió una pierna. Otra vez los vecinos fueron a darle el pésame, y nuevamente les replicó el viejo:

-¡Quién sabe si eso ha sido una desgracia!

Al año siguiente se presentaron en la montaña los comisionados de «los Varas Largas». Reclutaban jóvenes fuertes para mensajeros del emperador y para llevar su litera. Al hijo del anciano, que todavía estaba impedido de la pierna, no se lo llevaron.

Chunglang sonreía.


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Autor: Hermann Karl Hesse.  (1877-1962)

 Fue un escritor, poeta, novelista y pintor alemán. Nobel de Literatura en 1946.

sábado, 8 de agosto de 2020

El árbol de los problemas /cuento y audiolibro

El árbol de los problemas.

audiolibro👈
 

El carpintero que había contratado para ayudarme a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se dañó y lo hizo perder una hora de trabajo y ahora su antiguo camión se niega a arrancar.

Mientras lo llevaba a casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invito a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos. Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación. Su bronceada cara estaba plena de sonrisas; abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa.

Posteriormente me acompaño hasta el carro. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunte acerca de lo que lo había visto hacer un rato antes. ‘Oh, ese es mi árbol de problemas’, contestó. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura, los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego en la mañana los recojo otra vez.

Lo divertido es, dijo sonriendo, que cuando salgo en la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.

 

 

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Reflexión

“Los problemas quedan en la puerta de casa”...

Los problemas deben ser colgados en el árbol de los problemas. Debes ser como nubes que llegan y pasan volando. Nunca debemos trasladarlos con nosotros en nuestra mente, porque de esta forma los hacemos grandes gigantes que nos impiden vivir plenamente el momento presente.

“El preocuparnos no le quita problemas a la mañana, le quita fuerza al hoy”. J. R.R. Tolkien.

 

 

-¿Que otra reflexiòn podrias hacer?

 

El río y el mar /Autor: Khalil Gibran (metáfora)

“Dicen que antes de entrar al mar, el río tiembla de miedo.

 Mira para atrás todo el camino recorrido, las cumbres, las montañas, el largo y sinuoso camino a través de selvas y poblados, y ve frente de sí un océano tan grande que entrar en él sólo puede significar desaparecer para siempre.

Pero no hay otra manera, el río no puede volver. 

Volver atrás es imposible en la existencia. 

El río necesita aceptar su naturaleza y entrar en el océano. 

Solamente entrando en el océano se diluirá el miedo, porque sólo entonces sabrá el río que no se trata de desaparecer en el océano, sino convertirse en él”.

Kahlil Gibran

 

jueves, 6 de agosto de 2020

Canción Sin Miedo / Autor: Vivir Quintana

CANCION SIN MIEDO

Que tiemble el Estado, los cielos, las calles
Que tiemblen los jueces y los judiciales
Hoy a las mujeres nos quitan la calma
Nos sembraron miedo, nos crecieron alas

A cada minuto, de cada semana
Nos roban amigas, nos matan hermanas
Destrozan sus cuerpos, los desaparecen
No olvide sus nombres, por favor, señor presidente

Por todas las compas marchando en Reforma
Por todas las morras peleando en Sonora
Por las comandantas luchando por Chiapas
Por todas las madres buscando en Tijuana

Cantamos sin miedo, pedimos justicia
Gritamos por cada desaparecida
Que resuene fuerte: ¡Nos queremos vivas!
¡Que caiga con fuerza el feminicida!

Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo
Si un día algún fulano te apaga los ojos
Ya nada me calla, ya todo me sobra
Si tocan a una, respondemos todas

Soy Claudia, soy Esther y soy Teresa
Soy Ingrid, soy Fabiola y soy Valeria
Soy la niña que subiste por la fuerza
Soy la madre que ahora llora por sus muertas
Y soy esta que te hará pagar las cuentas

¡Justicia! ¡Justicia! ¡Justicia!

Por todas las compas marchando en Reforma
Por todas las morras peleando en Sonora
Por las comandantas luchando por Chiapas
Por todas las madres buscando en Tijuana

Cantamos sin miedo, pedimos justicia
Gritamos por cada desaparecida
Que resuene fuerte: ¡Nos queremos vivas!
¡Que caiga con fuerza el feminicida!
¡Que caiga con fuerza el feminicida!

Y retiemblen sus centros la tierra
Al sororo rugir del amor
Y retiemblen sus centros la tierra
Al sororo rugir del amor


Compuesta por: Vivir Quintana.

UNA PELEA / Autor: Alejandro Dolina

Me empujaron a la salida. Hubo un tumulto blanco y después de una rápida investigación quedé frente a frente con Carlos.
- ¿Qué empujás?
Se formó una rueda. Alguien gritó:
- Fajálo...
Tito, falso caudillo y sujeto temido, me dijo:
- Dale... ¿O le tenés miedo?
Entonces le acomodé una piña y ahora ya sé que soy cobarde.


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Autor: Alejandro Dolina


GUIA DE ACTIVIDADES

¿Cuál sería la trama principal del cuento?

¿Qué factores colaboraron para que el personaje principal del cuento termine dándole una piña a Carlos?

¿A qué creen que hace referencia el protagonista con la siguiente frase: “Entonces le acomodé una piña y ahora ya sé que soy cobarde.”?

¿Que  favorecería una convivencia pacífica en los lugares que habitamos?



EL VUELO DE LOS GANSOS

Si observamos los gansos cuando migran durante el invierno, notaremos que vuelan armando la figura de una 'V'.

La ciencia ha investigado por qué vuelan de esa forma. Se ha comprobado que cuando cada pájaro bate sus alas, produce un movimiento en el aire que ayuda al pájaro que va detrás de él. Volando en "v", en bandada completa, el pájaro aumenta su potencia en por lo menos un setenta por ciento.

Cada vez que un ganso se sale de la formación, siente inmediatamente la resistencia del aire, se da cuenta de la dificultad de hacerlo solo y rápidamente regresa a su formación para poder beneficiarse del empuje del compañero que vuela adelante.

Cuando el líder de los gansos se cansa, pasa a uno de los puestos de atrás, y otro ganso torna su lugar. Los gansos que van detrás graznan para alentar a los que van delante a mantener su velocidad.

Cuando un ganso se enferma o cae herido por un disparo, otros dos gansos se salen de la formación y lo siguen para ayudarlo y protegerlo. Se quedan acompañándolo hasta que esté nuevamente en condiciones de volar o hasta que muera, y sólo entonces los dos acompañantes vuelven a su bandada o se unen a otro grupo que está migrando.


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Autor: Desconocido


GUIA ACTIVIDADES

Ilustrar este cuento.
¿Cuales son las características esenciales para trabajar en equipo?.
¿En qué ocasiones es mejor trabajar en equipo? ¿En cuales no?
¿Cuáles son las ventajas del trabajo en equipo?
¿En qué parte de la "V" nos sentimos hoy?


CUENTO: EL HOMBRE Y EL CAPULLO DE MARIPOSA

Un hombre encontró el capullo de una mariposa y se lo llevó a casa para poder verla cuando saliera de él. Un día, vió que había un pequeño orificio, y entonces se sentó a observar por varias horas, viendo que la mariposa luchaba para poder salir del capullo.

El hombre observó que forcejeaba duramente para poder pasar su cuerpo a través del pequeño orificio en el capullo, hasta que llegó un momento en el que pareció haber cesado la lucha, pues aparentemente no progresaba en su intento.

Semejaba que se había atascado. Entonces el hombre, en su bondad, decidió ayudar a la mariposa y con una pequeña tijera cortó al lado del orificio del capullo para hacerlo más grande y de esta manera por fin la mariposa pudo salir.

Sin embargo, al salir, tenía el cuerpo muy hinchado y unas alas pequeñas y dobladas.

El hombre continuó observando, pues esperaba que en cualquier instante las alas se desdoblarían y crecerían lo suficiente para soportar al cuerpo, el cual se contraería al reducir lo hinchado que estaba. Ninguna de las dos situaciones sucedieron y la mariposa solamente podía arrastrarse en círculos con su cuerpecito hinchado y sus alas dobladas...Nunca pudo llegar a volar.

Lo que el hombre, en su bondad y apuro no entendió, fue que la restricción de la apertura del capullo, y la lucha requerida por la mariposa para salir por el diminuto agujero, era la forma en que la naturaleza forzaba fluidos del cuerpo de la mariposa hacia sus alas, para que estuviesen grandes y fuertes y luego pudiese volar.



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Autor: Desconocido


GUIA ACTIVIDADES

-Reflexionar por que es importante  respetar el tiempo de crecimiento de los otros.¿Qué puede pasar si no respetamos el ritmo de las personas y las reglas del mundo que nos rodea?
-Proponer diferentes títulos para esta historia., elegir uno y justificar la elección.Ilustrar una portada para el cuento

-¿En qué momentos de nuestra vida nos sentimos como la mariposa, aprisionados por salir y asfixiados por Ia situación?
-¿En qué momentos de nuestra vida actuamos como el hombre, sobreprotegiendo y apurándonos, sin respetar el tiempo de los otros?
-¿Qué diferencias existen entre proteger y sobreproteger; entre criar y malcriar, entre respetar e invadir, entre autonomía y dependencia, entre estimular y ahogar a las personas?

-¿Qué puede pasar si no respetamos el ritmo de las personas y las reglas del mundo que nos rodea?


Balada del amor imposible | Alejandro Dolina

Los cronistas más serios del barrio del Ángel Gris coinciden en destacar la propensión de sus habitantes hacia los amores imposibles.
Así, mientras los jóvenes de otros barrios se enamoran de muchachas groseramente posibles, los hombres de Flores parecen condenados a amar –casi siempre en secreto– a mujeres que no serán para ellos.
Y en honor a estas damas es que los Hombres Sensibles hacen lo que hacen.
Algunos emprenden desde chicos el estudio del violín, únicamente para aprender a tocar un vals en obsequio de su amada. No importa que ella no alcance jamás a oírlo. Ese no es el punto.
Otros indagan los secretos de la versificación y se sumergen en el dolor para lograr una poesía.
Hay quienes se ejercitan en el coraje y cultivan la guapeza. Y no faltan los que eligen la melancolía o la locura.
Piensan los Hombres Sensibles que siendo mejores merecerán ser amados. Y para la ética sentimental de este barrio, los mejores hombres son artistas, valientes, tristes o locos.
Por eso los muchachos más virtuosos de Flores sufren por amor.
Esta realidad ha despertado la atención de todos y la piedad de muchos. Cada semana, los enamorados de Flores reciben el consejo de sus amigos sabios de otras barriadas.
–¿Por qué amar a la Gran Marquesa del Norte, que es en realidad un duende? ¿Por qué no conformarse con la hija del yesero?
Son voces tentadoras que exponen las ventajas del amor razonable. A estas exhortaciones, los Hombres Sensibles responden –no sin acierto– que en el amor no existe el libre albedrío y que nadie puede decidir de quién va a enamorarse.
Sin embargo –ya a riesgo de caer en especulaciones psicológicas fuera de tono– cabe reconocer que los muchachos del Ángel Gris tienden a aproximarse sentimentalmente a las mujeres que menos les convienen.
Los tratadistas de Villa del Parque y los Refutadores de Leyendas sostienen que buscar pareja es una tarea enteramente racional y hasta científica.
Vale la pena citar la novela didáctica Hoy te amo con la cabeza, del profesor Amadeo Battista. Esta obra esconde –apenas– la tesis antedicha, entre los rotosos pliegues de su trama.
Parecidos criterios auspicia la esposa de este pensador, la doctora Alba C. de Battista en su libro Me casé con un cretino.
Muchos hombres de negocios, comerciantes e industriales de la zona han entendido que el amor imposible es cosa nefasta, no sólo para el que ama, sino también para el desarrollo de las actividades productivas en general. Declaran estos lúcidos mercaderes que, por lo común, los enamorados sin esperanza son pésimos empleados, más atentos al recuerdo de unos ojos pardos que a la correcta realización de una nota de débito.
Tratando de reducir el número de desencuentros amorosos en beneficio de la felicidad general, los Refutadores de Leyendas con la ayuda de dos contadores de la Sociedad de Fomento de Villa Malcolm, prepararon las Tablas del Amor Infalible, especie de regla de cálculo según la cual las medidas del cuerpo del hombre, su coeficiente intelectual, su edad, su educación, fortuna y berretines determinaban de un modo preciso a la mujer más conveniente para sus planes amorosos.
Esto es ni más ni menos que la refutación de una leyenda o –lo que es peor– su reducción a términos científicos. La leyenda es ésta: “Hay para cada hombre una mujer, una sola, que reúne todas las virtudes que ese hombre sueña. Su belleza está hecha para deslumbrar a ese hombre. Su voz ha sido creada para seducirlo. Su inteligencia, para sucitarle y sugerirle ideas amables. Su ternura, para hacerle dulce el diario sufrimiento. Esa mujer existe y anda por esas calles. Pero el destino ha decidido que nunca jamás se crucen los caminos de ningún hombre con la mujer que para él fue concebida“.
Manuel Mandeb asegura en sus Memorias que cierta tarde creyó reconocer a lo lejos a la mujer que le correspondía, conforme a la leyenda. Inmediatamente se trabó en lucha con el destino y trató de alcanzar a la muchacha. Lo consiguió en la esquina de Artigas y Avellaneda. Luego de interceptarle el paso, procedió a explicarle la vieja creencia de los Hombres Sensibles, mientras se secaba el sudor y trataba de recobrar el aliento. Pero la mujer no conocía la leyenda, o tal vez la conocía y la acataba puntualmente: dio media vuelta y se fue por Artigas hacia el norte.
Y ya que mencionamos a Manuel Mandeb, conviene recordar que su ilegible prosa se alzó solitaria frente a los tratados racionalistas y a los inventos de los Refutadores de Leyendas.
El polígrafo de Flores dejó un voluminoso estudio caratulado Registro de amores imposibles en la línea del Sarmiento.
La obra consta de 914 fichas que corresponden a otros tantos casos concretos de amor sin recompensa. Está dividida en cuatro capítulos: El primero, subtitulado Nunca le dije nada, es el más extenso y registra episodios protagonizados por enamorados silenciosos.
El segundo, Negativas, expone 115 rechazos, sus motivos, sus términos y consecuencias, para no hablar de otros detalles más bien superfluos que suelen recargar toda la obra de Manuel Mandeb.
El tercer capítulo, Amargo desengaño, cataloga 126 decepciones, incluidas cuatro padecidas por el propio autor.
El cuarto y último capítulo es un inspirado texto romántico que se conoce como Elogio del amor inconcluso. Veamos este párrafo:
“…Así como las personas que mueren en la plenitud nos ahorran el recuerdo de su vejez, los amores interrumpidos abruptamente siguen viviendo en nuestro corazón no como brasas agonizantes, sino como horrorosas llamas que queman cada noche…
“…No hay mejor amor que el que nunca ha sido. Los romances que alcanzan a completarse conducen inevitablemente al desengaño, al encono o a la paciencia; los amores incompletos son siempre capullo, son siempre pasión.”
Pero dejemos ya a Manuel Mandeb y reflexionemos sobre ese delicado asunto. Es cierto que infinidad de personas decentes viven la módica dicha del amor común y corriente.
Pero el amor imposible, aquel del cual solamente son capaces los Hombres Sensibles de Flores, es el único cabalmente maravilloso y digno de admiración.
Ocurre así: un muchacho se enamora de la Mujer Más Hermosa.
Desde ese momento, su vida no tiene otro sentido que ese amor.
Sin embargo, el hombre sabe que no tiene chance en esa carrera, pues las Mujeres Más Hermosas suelen casarse con otros caballeros, generalmente ricos o buenos mozos o ambas cosas.
Sus buenos amigos le aconsejarán el olvido, pero este hombre ha nacido en Flores y no tiene la menor intención de gambetear el dolor.
Y cada día deja mansamente que la tristeza le invada los huesos y que tiña hasta el último de sus pensamientos.
A veces, las distracciones y los mundanos asuntos amenazarán con hacerle olvidar siquiera por un momento su amor y pesadumbre. Pero el hombre reaccionará inmediatamente y se sumergirá otra vez en su propio abismo.
Que nadie se engañe. Este hombre que ríe a carcajadas cuando algún conocido le refiere el cuento de los supositorios, está pensando en su amor imposible. Y la sangre que hincha sus venas es negra y espesa.
Pero, atención. Este amor que lo hace desgraciado es el que le hace mejor. El ya ha renunciado a la Mujer Más Hermosa. Jamás padecerá decepciones. Su pasión no envejecerá ni se envilecerá. Nadie podrá engañarlo. Y a fuerza de bañarse cada día en el sufrimiento, habrá aprendido el secreto de la resignación.
Los caballeros exitosos no conocerán jamás la verdadera esencia del amor imposible. Ellos jamás juegan su vida a una sola baraja. Con toda prudencia realizan inversiones en uno y otro lugar para compensar con unas las pérdidas ocasionadas por otras.
Pero el amor imposible no es cosa de prudentes, sino de Quijotes.
Sólo cuatro veces en doce años vio Alonso Quijano a Aldonza Lorenzo.
Jamás cruzaron palabra. Pero eso le bastó para vivir en ella y por ella. Sin esperar recompensa.
Por eso, señores, si acaso atesoran ustedes uno de estos metejones locos, a no arrepentirse. Sigan soñando y esperando lo imposible. Aunque sepamos que nuestras ilusiones no habrán de cumplirse nunca, sigamos acariciándolas. Lo contrario sería –como pensaba Wimpy– confundir una ilusión con un pagaré.
Será una larga jornada. Muchas veces tendremos ganas de contar nuestra pena, pero no podremos hacerlo, para no profanarla. Siempre estaremos solos y tristes, pero no es para tanto. Después de todo, ya se sabe que los únicos paraísos que existen son los paraísos perdidos.


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Alejandro Dolina | Del libro «Crónicas del Ángel Gris», publicado por Ediciones Colihue

La isla de los inventos /Autor: Pedro Pablo Sacristán


La primera vez que Luca oyó hablar de la Isla de los Inventos era todavía muy pequeño, pero las maravillas que oyó le sonaron tan increíbles que quedaron marcadas para siempre en su memoria. Así que desde que era un chaval, no dejó de buscar e investigar cualquier pista que pudiera llevarle a aquel fantástico lugar. Leyó cientos de libros de aventuras, de historia, de física y química e incluso música, y tomando un poco de aquí y de allá llegó a tener una idea bastante clara de la Isla de los Inventos: era un lugar secreto en que se reunían los grandes sabios del mundo para aprender e inventar juntos, y su acceso estaba totalmente restringido. Para poder pertenecer a aquel selecto club, era necesario haber realizado algún gran invento para la humanidad, y sólo entonces se podía recibir una invitación única y especial con instrucciones para llegar a la isla.

Luca pasó sus años de juventud estudiando e inventando por igual. Cada nueva idea la convertía en un invento, y si algo no lo comprendía, buscaba quien le ayudara a comprenderlo. Pronto conoció otros jóvenes, brillantes inventores también, a los que contó los secretos y maravillas de la Isla de los Inventos. También ellos soñaban con recibir "la carta", como ellos llamaban a la invitación. Con el paso del tiempo, la decepción por no recibirla dio paso a una colaboración y ayuda todavía mayores, y sus interesantes inventos individuales pasaron a convertirse en increíbles máquinas y aparatos pensados entre todos. Reunidos en casa de Luca, que acabó por convertirse en un gran almacén de aparatos y máquinas, sus invenciones empezaron a ser conocidas por todo el mundo, alcanzando a mejorar todos los ámbitos de la vida; pero ni siquiera así recibieron la invitación para unirse al club.
Algún día recibirían la carta. Pero entonces el joven inventor le interrumpió sorprendido: No se desanimaron. Siguieron aprendiendo e inventando cada día, y para conseguir más y mejores ideas, acudían a los jóvenes de más talento, ampliando el grupo cada vez mayor de aspirantes a ingresar en la isla. Un día, mucho tiempo después, Luca, ya anciano, hablaba con un joven brillantísimo a quien había escrito para tratar de que se uniera a ellos. Le contó el gran secreto de la Isla de los Inventos, y de cómo estaba seguro de que
- ¿cómo? ¿pero no es ésta la verdadera Isla de los Inventos? ¿no es su carta la auténtica invitación?
Y anciano como era, Luca miró a su alrededor para darse cuenta de que su sueño se había hecho realidad en su propia casa, y de que no existía más ni mejor Isla de los Inventos que la que él mismo había creado con sus amigos. Y se sintió feliz al darse cuenta de que siempre había estado en la isla, y de que su vida de inventos y estudio había sido verdaderamente feliz.



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Autor : Pedro Pablo Sacristán 




GUIA DE ACTIVIDADES 


Hacer una portada para el cuento

Elaborar algunas hojas del diario íntimo del personaje

Describir algo que te gustaría que fuera tu invento


Los diarios de Adán y Eva / Autor: Mark Twain

Los diarios de Adán y Eva

Autor: Mark Twain


Adán

Esta nueva criatura de pelo largo se entromete bastante. Siempre está merodeando y me sigue a todas partes. Eso no me gusta; no estoy habituado a la compañía. Preferiría que se quedara con los otros animales. Hoy está nublado, hay viento del este; creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde saqué esa palabra…? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura.

Eva

Toda la semana lo seguí y traté de entablar relaciones con él. Yo soy la que tuvo que hablar, porque él es tímido, pero no me importa. Parecía complacido de tenerme alrededor, y usé el sociable “nosotros” varias veces, porque él parecía halagado de verse incluido.


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Autor: Mark Twain


GUIA DE ACTIVIDADES

-Preguntas:

¿Que son los estereotipos de género?

¿Por que  la utilización de los estereotipos de género puede generar la vulneracion de los derechos y las libertades fundamentales de las personas?

-Te propongo ilustrar este cuento con distintas tecnicas artisticas


Amor 77 / Autor: Julio Cortázar

Amor 77



Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten y, así progresivamente, van volviendo a ser lo que no son.


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Microrelato

Autor: Julio Cortázar

Mamá, ¿por qué nadie es como nosotros? /Autor: Luis María Pescetti

       La mamá de Joshua es peruana, el papá es estadounidense, y él nació en México. Flavia, quien los conoció en un viaje, le pregunta a su mamá: “¿Por qué ellos no hablan como nosotros?”
       El papá y la mamá de Flavia son brasileros y viven en Brasil, pero sus abuelos maternos son una señora danesa casada con un señor brasilero. Ellos viven en Venezuela. Sus abuelos paternos son un señor italiano casado con una señora inglesa. Éstos viven en Brasil. Cierta vez ganaron un premio en un concurso de televisión. Raúl los vio desde su propio país y, al saber cómo estaba compuesta esa familia, le comentó a su mamá:“¡Qué raros son!”
        Los padres de Raúl, son colombianos. El papá es pastor protestante, y Raúl, a veces, juega en el templo. En la escuela tenía un amigo llamado Esteban, quien siempre le preguntaba: “Raúl, ¿qué se siente tener un papá medio cura?”
       Esteban se fue a vivir con su familia a Canadá, por una beca que consiguió el padre. Sus abuelos son polacos, originarios de un pueblo que ya no existe, pues desapareció durante la guerra. Se escribe con un amigo que se llama Miguel, y en una carta éste le dijo que le sonaba extraño que toda la familia se hubiera mudado sólo porque el papá quería estudiar.
       El papá de Miguel es judío, pero la mamá es católica. Cuando fueron novios decidieron que festejarían todas las celebraciones de las dos religiones. Su amiga, Teresa, les dice que tendrían que elegir, porque nadie puede tener dos fines de año en un mismo año.
      La mamá de Teresa estaba separada y ya tenía un hijo cuando conoció al papá de Teresa, quien también estaba separado, pero no tenía hijos. Se enamoraron, se fueron a vivir juntos y a los dos años nació ella.
     Martín, quien es uno de sus compañeros de escuela, le preguntó a su mamá: “¿Por qué esa familia se armó de a pedacitos? Los papás de Martín y Josefa (su hermana) vivían a media cuadra de distancia cuando eran niños. Fueron amigos durante la infancia y se hicieron novios a los 17 años. Han estado toda la vida juntos.
     Juan, quien estudiaba Judo con Martín, le argumenta que vivir siempre en el mismo barrio debe de ser muy aburrido. El papá de Juan es ingeniero en computación, pero heredó de su familia un camión con el que hace mudanzas (si no son muy grandes), y ellos mismos han cambiado de barrio siete veces desde que él nació. Juan chatea con un amigo que conoció por Internet. Vive en México y se llama Joshua. Él no entiende cómo Juan y su familia pueden vivir mudándose toda la vida.
      La mamá de Mirta trabaja en un supermercado, la de Tomás es gerente en un banco. El papá de Raulito es negro, y su mamá es blanca; los papás de Iñaki son blancos, los papás de Sushiro son japoneses (pero nacieron en Perú).
      El papá de Alberto es alto y gordo, el de Cristina es flaco y alto; la mamá de Elsa es baja y se queja de tener una cola demasiado ancha. La mamá de Sofía no es ni alta ni baja, pero tiene el pelo rizado y le gustaría tenerlo lacio y largo.
     Al papá de Eduardo le encantan los deportes, igual que a la mamá de Inés, pero al papá de Ignacio le gusta relajarse viendo la tele, mientras toma una cerveza. La mamá de Eugenio odia el fútbol, pero a la   mamá de Coqui le encanta ir a la cancha. La mamá de Yahir es musulmana, el papá de Teo es católico (pero la mamá dice que no cree en nada).
      Los papás de Susana tienen una señora que los ayuda en la casa, los papás de Mirta deben hacerlo todo ellos mismos. Los papás de Alberto son mexicanos, pero están separados (aunque viven en la misma ciudad). Los papás de Carolina no están separados, pero el papá trabaja en una empresa que está en otro país, vuela los lunes en la madrugada y regresa los viernes por la tardecita (sólo está en su casa los fines de semana y durante las vacaciones).
      Y cada uno ha preguntado alguna vez a su mamá: “¿Por qué nadie es como nosotros?”



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Autor: Luis María Pescetti . Mamá, ¿por qué nadie es como nosotros? . Editorial Altea. 2003. Colección: “Leer te ayuda a crecer”




GUIA DE ACTIVIDADES

- Si fueras esa Mamà, como  responderias a esa pregunta : Por que nadie es como nocosotros?
-¿Que es la DIVERSIDAD?
Te animas a ilustrar este cuento?
Hacer un dibujo, collage, video, poema, historieta o lo que desees para conciencizar sobre el tema

Síndrome de la Rana Hervida / Autor: Peter Senge

Una rana saltó un día a una olla de agua hirviendo. Inmediatamente, saltó para salir y escapar de ella. Su institnto fue salvarse y no aguantó ni un segundo en la olla. 

Otro día, esa misma olla estaba llena de agua fría. Una rana saltó dentro y nadó tranquila por el agua de la olla. Estaba feliz en esa 'piscina' improvisada. 

Lo que la rana no sabía, es que el agua se iba calentando poco a poco. Así que al poco tiempo, el agua fría se transformó en agua templada. Pero la rana se fue acostumbrando, allí seguía, nadando plácidamente en ella. Sin embargo, poco a poco, el agua subio de temperatura Tanto, que llegó a estar tan caliente, que la rana murió de calor. Ella, sin embargo, no se había dado cuenta, ya que el calor aumentaba de forma gradual y se iba acostumbrando a él.


Moraleja: Si te vas acomodando y acostumbrando a los cambios que llegan sin reflexionar sobre ellos, puede que pierdas la visión de la realidad y termine afectando a tu calidad de vida. Busca siempre lo mejor para ser feliz y nunca pierdas la visión del lugar donde te encuentras

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“Síndrome de la Rana Hervida”  del escritor Peter Senge quien menciona la misma en su libro “La Quinta Disciplina”




GUIA DE ACTIVIDADES

-Hacer una ilustracion para esta maravillosa fábula

-preguntas:

  • ¿Qué le pasó a la rana la primera vez?
  • ¿Cómo estaba el agua del caldero donde saltó la  rana la segunda vez?¿Qué le pasó al agua?
  • ¿Qué hizo la rana?¿Por qué no saltó?

Historias de Amor | Alejandro Dolina

    El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia.
    Uno no está en casi ninguna parte.
    Sin embargo, en medio de las infinitas desolaciones hay una buena noticia: el amor.
    Los Hombres Sensibles de Flores tomaban ese rumbo cuando querían explicar el cosmos. Y hasta los Refutadores de Leyendas tuvieron que admitir, casi sin reservas, que el amor existe.
    Eso sí, nadie debe confundir el amor con la dicha. Al contrario: a veces se piensa que amor y pena son una   misma cosa. Especialmente en el barrio del Ángel Gris, que es también el barrio del desencuentro.
    Las historias amorosas de los tiempos dorados son casi siempre tristes.Esto no basta para afirmar que todos los romances fueron desdichados: sucede ―tal vez― que el arte necesita nostalgia. No se puede ser artista si no se ha perdido algo. Los poemas de amor satisfecho aparecen como una compadrada de mercaderes afortunados. Por eso los poetas de Flores buscaban el desengaño, porque pensaban que cerca de él andaba el verso perfecto. Casi todos quedaban en la mitad del camino.
    Mandeb veía las cosas de un modo más complicado. Admitía que la pena de amor conducía al arte. Pero también sostenía que el propósito final del arte es el amor. La recompensa del artista es ser amado.
    Así parecía opinar Ives Castagnino, el músico de Palermo, quien componía valses melancólicos al solo efecto de seducir señoritas. Cuando no lo lograba, su tristeza le dictaba otras canciones que más tarde le servían para deslumbrar señoritas nuevas y así recomenzaba el círculo.
    Algunos muchachos sin vocación artística trataban de merecer a las damas cultivando las ciencias, la bondad, el coraje, la riqueza o la extorsión. Los autores de aforismos extrajeron de estas realidades una conclusión modesta: si no fuera por el amor, nadie haría gran cosa.
    Las muchachas beligerantes podrán objetar que estos pensamientos parecen reservados a la conducta masculina. Al respecto, Mandeb creía que las mujeres hacían de ellas mismas un hecho artístico.
    El polígrafo de Flores, en un rapto de arbitrariedad, llegó a establecer un orden de cualidades, según su eficacia para enamorar.
    Colocó en primer lugar la belleza y luego la juventud, aclarando que estas dos virtudes son tal vez una sola. Después ubicó las condiciones espirituales: inteligencia y bondad. En último término, el poder y el dinero.
Muchedumbres de feos de cierta edad polemizaron con Mandeb reclamando el derecho a ser amados por su limpieza, trayectoria comercial o apellido ilustre.
    De todos modos, para este oscuro pensador, el amor era una flor exótica cuyo hallazgo ocurría muy pocas veces.
―De cada mil personas que pasen por esa puerta ―decía― acaso nos conmueva solamente una. Del mismo modo, quizá sólo una allá entre las mil tenga a bien impresionarse con nosotros. La cuenta es sencilla: sin contar percepciones engañosas y desilusiones posteriores, la posibilidad de un amor correspondido es de una en un millón. No está tan mal, después de todo.
    Pero dejemos la pura especulación de los espíritus obtusos de Flores. Mucho más interesante es saber cómo amaron realmente. Para ello habremos de transcribir algunas historias que presumen de veraces y que han llegado hasta nosotros por avenidas literarias o por oscuros atajos confidenciales.

HISTORIA DEL QUE ESPERÓ SIETE AÑOS

Jorge Allen, el poeta, amaba a una joven pechugona de los barrios hostiles. Según supo después, alcanzó a ser feliz.
Una noche de junio, la chica resolvió abandonarlo.
―No te quiero más ―le dijo.
Allen cometió entonces los peores pecados de su vida; suplicó, se humilló, escribió versos horrorosos y lloró en los rincones.
La pechugona se mantuvo firme y rubricó la maniobra entreverándose con un deportista reluciente.
El poeta recobró la dignidad y empleó su tiempo en amar sin esperanzas y en recordar el pasado. Su alma se retempló en el sufrimiento y se hizo cada vez más sabio y bondadoso. Muchas veces soñó con el regreso de la muchacha, aunque tuvo el buen tino de no esperar que tal sueño se cumpliera.
Más tarde supo que jamás habría en su vida algo mejor que aquel amor imposible.
Sin embargo, una noche de verano, siete años y siete meses después de su pronunciamiento, la pechugona apareció de nuevo.
Las lágrimas le corrían por el escote cuando le confesó al poeta:
―Otra vez te quiero.
Allen nunca pudo contar con claridad lo que sintió en aquellas horas. El caso es que volvió a su casa vacío y desengañado. Quiso llorar y no pudo. Nunca más volvió a ver a la pechugona. Y lo que es peor, nunca más, nunca más volvió a pensar en ella ni a soñar su regreso.

HISTORIA DEL QUE SE DESGRACIÓ EN EL TREN.

Jaime Gorriti tomaba todos los días el tren de las 14.35.
Y todos los días se fijaba en una estudiante morocha. Con prudente astucia trataba de ubicarse cerca de ella y ―a veces― ligaba una mirada prometedora.
Una tarde empezó a saludarla. Y algunos días después tuvo ocasión de hacerse ver, ayudándola a recoger unos libros desbarrancados.
Por fin, un asiento desocupado les permitió sentarse juntos y conversar. Gorriti aceleró y le hizo conocer sus destrezas de picaflor aficionado. No andaba mal. La morocha conocía el juego y colaboraba con retruques adecuados.
Sin embargo, los demonios decidieron intervenir.
Saliendo de Haedo, la chica trató de abrir la ventanilla y no pudo. Con gesto mundano, Gorriti copó la banca.
―Por favor…
Se prendió de las manijas, tiró hacia arriba con toda su fuerza y se desgració con un estruendo irreparable.
Sin decir palabra, se fue pasillo adelante y se largó del tren en Morón. Desde ese día empezó a tomar el tren de las 14.10.


HISTORIA DEL QUE PADECÍA LOS DOS MALES.

En la calle Caracas vivía un hombre que amaba a una rubia.
Pero ella lo despreciaba enteramente.
Unas cuadras más abajo dos morochas se morían por el hombre y se le ofrecían ante su puerta. Él las rechazaba con honestidad.
El amor depara dos máximas adversidades de opuesto signo: amar a quien no nos ama y ser amados por quien no podemos amar.
El hombre de la calle Caracas padeció ambas desgracias al mismo tiempo y murió una mañana ante el llanto de las morochas y la indiferencia de la rubia.

HISTORIA DEL QUE NO PODÍA OLVIDAR.

El ruso Salzman tuvo muchas novias. Y a decir verdad solía dejarlas al poco tiempo. Sin embargo, jamás se olvidaba de ellas.
Todas las noches sus antiguos amores se le presentaban por turno en forma de pesadilla. Y Salzman lloraba por la ausencia de ellas.
La primera novia, la verdulera de Burzaco, la pelirroja de Villa Luro, la inglesa de La Lucila, la arquitecta de Palermo, la modista de Ciudadela. Y también las novias que nunca tuvo: la que no lo quiso, la que vio una sola vez en el puerto, la que le vendió un par de zapatos, la que desapareció en un zaguán antes de cruzarse con él.
Después Salzman lloraba por las novias futuras que aún no habían llegado. Los hombres sabios no se burlaban del ruso pues comprendían que estaba poseído del más sagrado berretín cósmico: el hombre quería vivir todas las vidas y estaba condenado a transitar solamente por una. Aprendan a soñar los que se contentan con sacar la lotería…

LA CALLE DE LAS NOVIAS PERDIDAS.

Hay una calle en Flores en la que viven todas las novias abandonadas. Al atardecer salen a la vereda y miran ansiosas hacia las esquinas para ver si vuelven los novios que se fueron. A veces conversan entre ellas y rememoran viejos paseos por el Rosedal.
Por las noches se encierran a releer cartas viejas que guardan en cajitas primorosas o a mirar fotografías grises.
Los domingos se ponen vestidos floreados y se pintan los labios. Algunas escriben diarios íntimos con letra prolija.
Dicen que no es posible encontrar esa calle. Pero se sabe que algún día desembocará en la esquina el batallón de los novios vencedores de la muerte para rescatar a las novias perdidas y llevarlas de paseo al Rosedal. Esto será dentro de mucho tiempo, cuando endulce sus cuerdas el pájaro cantor.

Existen por ahí infinidad de personas confiables que juran que el amor es posible en todos los barrios. No habrá de discutirse semejante tesis. Pero el que quiera vivir pasiones locas, es mejor que no pierda el tiempo en rumbos equivocados. Una historia terrible está esperando en Flores.

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Alejandro Dolina | Del libro «Crónicas del Ángel Gris», Ediciones Colihue.

miércoles, 5 de agosto de 2020

La rana sorda - Fábula oriental

Mientras un grupo de ranas viajaba por el bosque, dos de ellas cayeron en un pozo profundo. Cuando las otras ranas se amontonaron alrededor del pozo y vieron lo profundo que era, les dijeron a las dos ranas que ya no había esperanza para ellas.

Sin embargo, las dos ranas decidieron ignorar lo que los otros estaban diciendo e intentaron salir del pozo.

A pesar de sus esfuerzos, el grupo de ranas en la cima de la fosa seguía diciendo que debían rendirse. Que nunca lo lograrían.

Eventualmente, una de las ranas prestó atención a lo que los demás decían y se rindió, cayendo muerta. La otra rana continuó saltando tan fuerte como pudo. Una vez más, la multitud de ranas le gritó para que parara el dolor y muriera.

Sin embargo saltó aún más fuerte y finalmente logró salir. Cuando salió, las otras ranas le dijeron: "¿No nos has oído?"

Entonces se dieron cuenta que era sorda y que todo el tiempo pensó que la estaban animando para que saliera

.
Moraleja:
Una palabra de aliento tiene más poder del que imaginas. Dedica palabras positivas y motivadoras a quien lo necesita y le estarás ayudando a conseguir su objetivo. Sin embargo, una palabra destructiva a alguien que esta pasando por un mal momento puede ser lo único que se necesite para hundirlo más







GUIA DE ACTIVIDADES

-Preguntas:
¿Qué les decían las ranas sus compañeras caidas?

 ¿Por qué una de ellas se rindió?

¿Por qué la otra rana consiguió salir del agujero?
 
-Hacer una ilustración para este cuento


ASAMBLEA EN LA CARPINTERIA

    Cuentan que en la carpintería hubo una vez una extraña asamblea.
    Fue una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.
    El martillo ejerció la presidencia, pero la asamblea le notificó que tenía que renunciar. ¿La causa? Hacía demasiado ruido! Y, además, se pasaba el tiempo golpeando.
    El martillo aceptó su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo; dijo que había que darle muchas vueltas para que sirviera de algo. Ante el ataque, el tornillo aceptó también, pero a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy áspera en su trato y siempre tenía fricciones con los demás. Y la lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto.
    En eso entró el carpintero, se puso el delantal e inició su trabajo.Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Finalmente, la tosca madera inicial se convirtió en un fino mueble.
    Cuando la carpintería quedó nuevamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando tomó la palabra el serrucho, y dijo: - "Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos".
    La asamblea encontró entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y observaron que el metro era preciso y exacto.
    Se sintieron entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.

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FUENTE: SERIE DIDÁCTICA Nº 100 E D U C A C I Ó N S E X U A L - MINISTERIO DE EDUCACIÓN-SECRETARÍA DE ESTADO DE GESTIÓN EDUCATIVA- TUCUMÁN 




GUIA ACTIVIDADES

¿Que enseñanzas nos deja este cuento?
-Podes ilustrar este cuento y escribir una frase que represente el tema de este relato.

 

CARRERA DE ZAPATILLAS /Autor: Alejandra Bernardis Alcain

Había llegado por fin el gran día. Todos los animales del bosque se levantaron temprano porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas! A las nueve ya estaban todos reunidos junto al lago.

También estaba la jirafa, la más alta y hermosa del bosque. Pero era tan presumida que no quería ser amiga de los demás animales

-Ja, ja, ja, ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta.

-Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era tan gordo

-Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga

- Y entonces, llegó la hora de la largada

El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados.

La tortuga se puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar la carrera, la jirafa se puso a llorar desesperada.

Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus zapatillas!

- Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude! - gritó la jirafa.

Y todos los animales se quedaron mirándola. Pero el zorro fue a hablar con ella y le dijo:

-Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes. Es cierto, todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y ayudarnos cuando lo necesitamos.

Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de ellos. Y vinieron las hormigas, que rápidamente treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.

Y por fin se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados, listos, ¡YA!

Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga que además había aprendido lo que significaba la amistad.

Fin y colorín, colorón, si quieres tener muchos amigos, acéptalos como son.


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Autor: Alejandra Bernardis Alcain




GUIA DE ACTIVIDADES

- Reflexionar  sobre la importancia de la amistad  como forma de superar las dificultades, y expresarlo en un
 afiche, microrelato, dibujo.

-Preguntas :
¿La amistad y la colaboración son formas de superar las diferencias?
¿En relación a lo trabajado con el cuento, que conclusión pueden sacar que favorecería una convivencia pacífica en las escuelas?

Destino de mujer | Roberto Fontanarrosa

      Aquellos que conocieron un Rosario pecaminoso, un Rosario receptor de mujeres de todo el mundo que llegaban a Pichincha para ejercer su triste e infame comercio, no pueden olvidar a María Antonia Barrales.


      María Antonia Barrales era un hombre de postura arrogante, corto de palabras y rápido para la acción. Se había acostumbrado a la violencia y convivía con ella desde muy pequeño. No era extraño; había nacido en un conventillo de calle Urquiza, donde calle Urquiza cae hacia el río y transitó una infancia libre y difícil donde aprender a defenderse era primordial. Los carreros que salían con las chatas desde los almacenes de Rosenthal lo vieron trenzarse a golpes y ladrillazos con el piberío. Casi siempre por la misma causa; la feroz burla que causaba su nombre: María Antonia Barrales.

      El culpable había sido su padre, pero nadie le daba tiempo para explicarlo. Nadie le creía cuando él contaba que don Simón Barrales anheló siempre tener una hija. Y que había decidido que llevaría por nombre María Antonia. La madre de don Barrales, una genovesa terca y trabajadora, insistía en que debían ponerle «Enrica». Y los sucesos se precipitaron, faltando dos meses para que la mujer diese a luz, la policía descubrió que don Simón Barrales robaba kerosén, naftalina y cueros de los almacenes de Rosenthal, donde trabajaba. Descubierto el hombre debió huir. Pero antes, empecinado, cumplió su sueño. Fue al registro civil y anotó a su próximo hijo con el nombre de «María Antonia Barrales». Adujo que de la misma forma en que hay niños que se anotan mucho después de nacidos, así como hay criaturas que van solas a registrarse, él usufructuaba el derecho de anotarla antes.

      Además, descartaba el riesgo de que su mujer se saliera con la suya de bautizarla con un nombre itálico.

      Y así creció María Antonia, debiendo hacerse respetar a golpes de puño, puntapiés y adoquinazos.

      Le soliviantaba hasta la exasperación al muchacho que lo llamasen «María Antonia». Pidió al principio que le dijesen «María» y, más tarde y cansado de luchar, «Nené». Pero no hubo caso. Creció y se hizo hombre con ese baldón, con esa marca que traía desde la cuna.

     Pero no era siempre gratuito llamarlo así. Una vez, en un baile en uno de los piringundines del Bajo, en la «Parrilla-Dancing La Guirnalda» de don Saturnino Espeche, María Antonia Barrales se enojó, no quiso que un engominado compradito venido del San Nicolás le gritara su nombre en medio de la pista. María Antonia sacó un revólver y le pegó tres tiros al atrevido. Le dieron cuatro años. Pero el juez actuante en la causa dictaminó que debía purgarlos en la Cárcel de Mujeres.

    La cosa fue en los Tribunales viejos de Córdoba y Moreno y hay gente que se acuerda todavía. María Antonia elevó su voz de tenor en la protesta: él no quería ir a la Cárcel de Mujeres. El juez aceptó escucharlo, pero miró la partida de nacimiento y fue muy claro:
—Acá usted figura como María Antonia Barrales, caballero —le dijo, mostrando los papeles—. Persona de sexo femenino.

     Antonia en su ofuscación, perdió la línea. Sin dar tiempo de nada a los guardias, se bajó los pantalones y mostró su hombría.

      Le recargaron la pena en dos años por exhibición obscena frente a un juez de la Nación.

     Cumplió su condena en la Cárcel de Mujeres y volvió a la libertad.

     Trabajó como estibador, carrero y matarife en el frigorífico de Maciel. Cada tanto retornaba a la cárcel por trenzarse en peleas a causa de su nombre. Fue en una de esas peleas que reparó en él don Teófilo Carmona, el caudillo radical, patrón y soto de barrio Triángulo. Lo sacó de la cárcel y lo tomó como guardaespaldas. En cien entreveros María Antonia hizo derroche de coraje, sangre fría y hasta crueldad innecesaria.

      Pero todo fue inútil. El estigma de su nombre volvía sobre él, como una enfermedad recurrente. Y se dio por vencido.

     Dejó el revólver, se apartó del cuchillo, y se casó con don Teófilo que desde tiempo atrás venía proponiéndole una vida más tranquila en los patios silenciosos de su casa solariega.

    Allí cuidó niños ajenos, aprendió secretos de la cocina criolla y tejió para afuera.

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Roberto Fontanarrosa | Del libro «Los trenes matan a los autos», Ed. de la Flor, 1997.







GUIA DE ACTIVIDADES


- ¿Que emociones te produjo leer este cuento? Te animas a ilustrar este cuento?
-¿Qué le pasa a María Antonia Barrales en el cuento?
-¿Por qué todos/as lo tratan en femenino?
-¿Por qué creés que es más importante lo que dice su certificado  de nacimiento que lo que él dice que es?
- ¿Encontrás algún tipo de relación con las problemáticas de las  personas trans? ¿Cuáles? -¿Conocés la ley de identidad de género del 2012? Buscá cuales  son los puntos más importantes de la ley.

martes, 4 de agosto de 2020

El hombre que plantaba árboles / Autor: Jean Giono

El hombre que plantaba árboles - Jean Giono
(Traducción de Borja Folch. José J. de Olaeta, Editor. Colección ?Los pequeños libros de
la sabiduría?)

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 Para que un personaje manifieste sus más excepcionales cualidades, hay que tener la
fortuna de poder observar su actuación a lo largo de muchos años. Si dicha actuación está
desprovista de todo egoísmo, si obedece a una generosidad sin par, si es del todo cierto que no
abriga un afán de recompensa y que, por añadidura, ha dejado una huella patente sobre la faz de
la tierra, entonces no cabe error alguno.

 Hará cosa de cuarenta años, hice un largo viaje a pie por unos montes poco frecuentados
por turistas, sitos en esa antigua región donde los Alpes se adentran en la Provenza. En los
tiempos en que comprendí mi caminata a través de aquellos parajes despoblados, todo era tierra
yerma y descolorida. Nada crecía en ella salvo el espliego.
 Cruzaba la comarca por su parte más ancha y, tras tres días de camino, me encontré en
medio de la más absoluta desolación. Acampé junto a las ruinas de un pueblo abandonado. Me
había quedado sin agua el día antes y precisaba encontrar más. Aunque asoladas, aquellas casas,
arracimadas como un panal de avispas viejo, indicaban que una vez tuvo que haber alli una
fuente o un pozo. Fuente había, en efecto, pero seca. Las cinco o seis casas sin techo, roídas por
el viento y la lluvia, y la minúscula capilla con el campanario medio derruido, se levantaban
como las casas y capillas de los pueblos habitados, mas todo signo de vida se había esfumado.
 Hacía un hermoso día de junio, radiante bajo el sol, pero sobre aquella tierra expuesta, el
viento, en lo alto del cielo, soplaba con una insoportable ferocidad. Rugía entre los esqueletos de
las casas cual león defendiendo su comida. Tuve que trasladar el campamento.
 Después de cinco horas de marcha, seguía sin encontrar ni una gota de agua y nada 
alentaba la esperanza de hallarla. En todos lados la misma sequedad, los mismos
hierbajos. Acerté a divisar en la lejanía una pequeña silueta negra, erguida, que tomé por el
tronco de un árbol solitario. En cualquier caso, me encaminé hacia ella. Resultó ser un pastor.
Treinta ovejas yacían a sus pies sobe la tierra achicharrada.
 Me dio a beber de su calabaza y, poco después, me llevó a su morada, en un pliegue de la
llanura. Se abastecía de agua (un agua excelente) de un pozo natural muy profundo sobre el que
había dispuesto una polea rudimentaria.
 Era hombre de pocas palabras. Así es como son quienes viven en soledad, pero se notaba
que estaba seguro de sí mismo, con un convencimiento absoluto. Algo inesperado en aquellos
campos. No vivía en una cabaña, sino en una casa de piedra que daba fe de los esfuerzos
realizados para reformar la ruina que había encontrado allí a su llegada. El tejado era recio y
firme. El viento contra las rejas producía un murmullo como el del mar en la orilla.
 Estaba todo ordenado, los platos, limpios, el suelo, barrido, el rifle, engrasado; la sopa
hervía en el hogar. Advertí entonces que iba pulcramente afeitado, que llevaba todos los botones
bien cosidos, que había remendado si ropa con la meticulosidad que hace invisibles los
remiendos. Compartió la sopa conmigo y luego, cuando le ofrecí mi petaca de tabaco, me dijo
que no fumaba. Su perro, tan silencioso como el amo, era amistoso sin mostrarse servil.
 De buenas a primeras dimos por sentado que me quedaba a pasar la noche. La aldea más
cercana se hallaba a más de día y medio de viaje y, por otra parte, estaba más que familiarizado
con la naturaleza de los escasos villorrios de aquellos pagos. Apenas cuatro o cinco, dispersos
por los cerros, al final de largos caminos de carro. Los habitaban carboneros que vivían en la
penuria. Las familias, apiñadas a causa de un clima en demasía severo tanto en verano como en
invierno, no se libraban de los incesantes conflictos entre personalidades encontradas.
 La ambición irracional alcanzaba proporciones desmesuradas debido a la continua ansia
por escapar. Los hombres acarreaban las carretadas de carbón hasta la ciudad para luego
regresar. El yugo perenne de aquel penoso trabajo vencía a los caracteres más firmes. Las
mujeres avivaban los motivos de agravio en todo había rivalidad, en el precio del carbón como
por un banco en la iglesia, en las virtudes opuestas como en los vicios, así como en la perpetua
lucha entre el vicio y la virtud. Y por encima de todo estaba el viento, también incesante,
crispando los nervios. Se daban epidemias de suicidios y frecuentes casos de locura,
habitualmente homicida.
 El pastor fue a por un saquito y vertió un montón de bellotas sobre la mesa. Comenzó a
inspeccionarlas, una por una, con un gran concentración, separando las buenas de las malas. Yo
fumaba en mi pipa. Le ofrecí ayuda. Me respondió que era su trabajo. Y, en efecto, en vista del
esmero con que se entregaba a la tarea, no insistí. En eso consistió todota nuestra conversación.
Tras separar una cantidad suficiente de bellotas buenas, las fue contando por decenas, al tiempo
que eliminaba las más pequeñas o las que presentaban alguna grieta, pues ahora las examinaba
con mayor detenimiento. Cuando hubo seleccionado cien bellotas perfectas, puso fin a la labor y
se acostó.
 Aquel hombre irradiaba paz. Al día siguiente le pregunté si me podía quedar un día más.
Le pareció lo más natural, o, para ser exactos, me dio la impresión de que nada podía 
desconcertarlo. No es que tuviera una necesidad imperiosa de descanso, pero había
despertado mi interés y quería saber más acerca de él. Abrió el redil y se llevó el rebaño a pastar.
Antes de irse, sumergió en un cubo de agua el saco de bellotas cuidadosamente contadas y
seleccionadas.
 Advertí que a modo de cayado empuñaba una vara de hierro gruesa como un pulgar y de
metro y medio de longitud. Andando a mi aire, seguí un camino paralelo al suyo. El pasto se
hallaba en un valle. Dejó al perro a cargo del reducido rebaño y subió hasta donde yo me
encontraba. Temí que fuera a reprenderme por mi indiscreción, mas no fue ni mucho menos así:
él iba en aquella dirección y me invitó a acompañarlo si no tenía nada mejor que hacer. Trepó
hasta la cresta de la loma, un centenar de metros arriba.
 Entonces comenzó a clavar la vara de hierro en la tierra, abriendo agujeros en los que
plantaba una bellota; luego rellenaba el agujero. Así plantaba robles. Le pregunté si aquella finca
le pertenecía. Me repuso que no. ¿Sabía de quién era? No lo sabía. Suponía que era de propiedad
comunal, o tal vez perteneciera a personas que no le otorgaban mayor importancia. No tenía el
menor interés en descubrir de quién era. Plantó las cien bellotas con sumo cuidado.
 Tras el almuerzo reanudó las tareas de plantación. Supongo que me mostré persuasivo en
mi interrogatorio, pues obtuve algunas respuestas. Llevaba tres años plantando en aquel desierto.
Había plantado ya cien mil bellotas. De las cien mil, veinte mil habían germinado. De las veinte
mil, contaba con perder la mitad a manos de los roedores y de los impredecibles designios de la
Providencia. Así pues, todavía quedaban diez mil robles con vida donde antes nada crecía.
 Fue entonces cuando empecé a preguntarme qué edad tendría aquel hombre. Saltaba a la
vista que había cumplido los cincuenta. Cincuenta y cinco, me dijo. Se llamaba Elzéard
Bouffier. Una vez había poseído una granja en las tierras bajas. Allí había construido su vida.
Perdió a su único hijo; luego a su esposa. Acabó retirándose a aquellos solitarios parajes, donde
se encontraba muy a gusto viviendo sin prisas con sus ovejas y el perro. A su parecer, aquella
tierra se estaba muriendo por la ausencia de árboles. Agregó que, a falta de otra ocupación más
apremiante, había decidido poner remedio a aquel estado de cosas.
 Puesto que en aquellos tiempos, a pesar de mi juventud, llevaba una vida solitaria, me
constaba que debía tratar con amabilidad a los espíritus solitarios. Pero esa misma juventud me
empujaba a considerar el futuro con relación a mí mismo y a una determinada búsqueda de la
felicidad. Le dije que en treinta años sus diez mil robles serían magníficos. Respondió con toda
sencillez que si Dios le concedía bastante vida, en treinta años habría plantado tantos más que
aquellos diez mil serían como una gota de agua en el océano.
 Por otra parte, estaba estudiando la reproducción de las hayas y tenía un vivero de
plantones nacidos de hayucos junto a su casa. Los plantones, protegidos de las ovejas mediante
una cerca de alambre, eran muy bonitos. También tenía en mente plantar abedules en los valles
donde, según me dijo, había una cierta humedad a pocos metros bajo la superficie del suelo.
Al día siguiente, nos separamos.
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 Un año después estalló la guerra de 1914, en la que me vi implicado durante cinco años. 
Un soldado de infantería apenas disponía de tiempo para reflexionar sobre los árboles. A
decir verdad, aquel asunto no me había impresionado; lo había tomado como un hobby, una
colección de sellos, para luego olvidarlo.
 Finalizada la guerra, me encontré en posesión de una diminuta prima por desmovilización
y un enorme deseo de respirar aire puro durante algún tiempo. Sin más propósito que éste enfilé
otra vez la carretera hacia las tierras yermas.
 El paisaje no había cambiado. No obstante, a lo lejos vislumbré, más allá del pueblo
abandonado, una sombra de neblina grisácea que cubría las cumbres de las montañas como una
alfombra. El día anterior había empezado a pensar de nuevo en el pastor plantador de árboles.
?Diez mil robles -reflexioné-, ocupan mucho espacio.
 Había visto morir a demasiados hombres a lo largo de aquellos cinco años como para dar
por sentado que Elzéard Bouffier estaría muerto, más aún cuando a los veinte años se contempla
a los hombres de cincuenta como ancianas a quienes nada les queda por hacer salvo morir. Mas
no había muerto. En realidad, estaba mas vivo que nunca. Había cambiado de trabajo. Ahora
sólo tenía cuatro ovejas y, a cambio, cien panales. Se había desprendido de las ovejas porque
constituían una amenaza para los árboles jóvenes. Pues, tal como me explicó (y pude comprobar
con mis propios ojos), la guerra no lo había trastornado lo más mínimo. Impertérrito, había
seguido plantado.
 Los robles de 1910 contaban entonces diez años de edad y ya eran más altos que nosotros.
Un espectáculo impresionante. E quedé literalmente sin habla y, como tampoco él decía nada,
pasamos todo el día caminando en silencio a través de su bosque. En tres sectores, medía once
kilómetros de longitud por tres kilómetros en lo más ancho. Al recordar que todo aquello era
fruto de las manos y el alma de una única persona desprovista de recursos técnicos, se
comprendía que los hombres podían ser tan efectivos como Dios en ámbitos distintos del de la
destrucción.
 Había llevado a cabo su plan, y unas hayas que me llegaban al hombro y se extendían
hasta donde alcanzaba la vista lo confirmaban. Me mostró hermosos grupos de abedules
plantados cinco años atrás (es decir, en 1915, mientras yo luchaba en Verdún). Dispuestos en
cuantos valles había supuesto (y acertado) que la capa húmeda casi afloraba, eran delicados
como niñas pero estaban muy bien arraigados.
 Fue como si la creación floreciera en una suerte de reacción en cadena. A él tanto le daba;
tenía la determinación de concluir su tarea con toda sencillez; pero de regreso hacia el pueblo vi
que el agua manaba en arroyos que llevaban secos desde tiempos inmemoriales. Aquel era sin
duda el resultado más sobrecogedor de la reacción en cadena que mis ojos presenciaban. Alguna
vez, tiempo atrás, el agua había corrido por aquellos riachuelos secos. Parte de los tristes
villorrios mencionados antes fueron construidos en los emplazamientos de antiguos
asentamientos romanos, de los que aún quedaban vestigios; y los arqueólogos, en sus
exploraciones, habían hallado anzuelos donde, en el siglo veinte, se precisaban cisternas para
garantizar un exiguo abastecimiento de agua.
 El viento, además, esparcía las semillas. Con el resurgió del agua reaparecieron los
sauces, los torrentes, los prados, los jardines y las flores en un alegato a favor de la vida. Pero 
esta transformación se produjo de forma tan gradual que se integró en el entono sin causar
el menor asombro. Los cazadores, que subían a los páramos siguiendo la pista de las liebres y
los jabalíes, advirtieron, por supuesto, la repentina aparición de arbolillos, pero la atribuyeron a
un capricho natural de la tierra. De ahí que nadie se entrometiera en la labor de Elzéard Bouffier.
De haber sido descubierto habría suscitado oposición. Pero pasaba desapercibido. ¿Quién, en los
pueblos o en la administración, podría soñar siquiera en semejante perseverancia y tan magnífica
generosidad?
 Para hacerse una idea exacta de lo excepcional del personaje es preciso no olvidar que
trabajaba en soledad absoluta: tan absoluta que hacia el final de su vida perdió el hábito de
hablar. O tal vez fuese que no lo veía necesario.
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 En 1933 recibió la visita de un guarda forestal para notificarle una resolución judicial que
prohibía encender fuego al aire libre con vistas a proteger el crecimiento de aquel bosque
natural. Era la primera vez, le dijo el hombre con toda ingenuidad, que oía hablar de un bosque
surgido motu propio. Por aquel entonces Bouffier se disponía a plantar hayas en un lugar a unos
doce kilómetros de su casa. Para ahorrarse tantas idas y venidas (pues ya había cumplido los
setenta y cinco), decidió construir una cabaña de piedra junto a la plantación. Al año siguiente la
levantó.
 En 1935 el Gobierno envió a toda una delegación a inspeccionar el ?bosque natural?. Un
alto cargo del Servicio Forestal, un diputado, varios tecnócratas. Hubo mucho parloteo fútil. Se
decidió que algo había que hacer y, por fortuna, nada se hizo salvo lo único que tenía sentido; el
bosque fue puesto bajo la protección del Estado y se prohibió la producción de carbón. Pues
resultaba imposible no dejarse cautivar por la belleza de aquéllos árboles jóvenes rebosantes de
salud que lograron hechizar al mismísimo diputado.
 Entre los funcionarios de la delegación se contaba un amigo mío, a quien desvelé el
enigma. Un buen día de la semana de la semana siguiente fuimos juntos a visitar a Elzéard
Bouffier. Lo encontramos trabajando con ahínco, a unos diez kilómetros del lugar donde se
había efectuado la inspección.
 Aquel guardabosque no era amigo mío porque sí. Se regía por firmes principios. Sabía
guardar un secreto. Entregué los huevos que llevaba como presente. Comimos juntos y pasamos
varias horas en muda contemplación del paisaje.
 Por donde habíamos ido, las laderas estaban cubiertas de árboles de entre seis y ocho
metros de altura. Rememoré el aspecto que ofrecía la región en 1913; un erial. El sosiego, el
esfuerzo constante, el aire vigorizador de la montaña, la frugalidad y, por encima de todo, la paz
de espíritu habían dotado a aquel hombre de una vitalidad impresionante. Era un atleta de Dios.
Me pregunté cuántas más lomas cubriría de arboleda.
 Antes de partir, mi amigo se limitó a recomendar algunas especies de árboles
especialmente indicadas para las condiciones del suelo. Tampoco insistió en el tema. ?Por la
convincente razón -me diría después-, de que Bouffier sabe mucho más que yo?. Una hora de
camino después, tras haberle dado unas cuantas vueltas, añadió: ?Sabe mucho más que 
cualquiera. ¡Ha descubierto una forma maravillosa de ser feliz!?
 Gracias a este funcionario quedaron a buen recaudo no sólo el bosque sino también la
felicidad del hombre. Delegó el cometido en tres guardabosques, a quienes adoctrinó hasta
tenerlos a prueba de las botellas de vino que los carboneros les ofrecerían.
 La obra sólo se vio seriamente en peligro durante la guerra de 1939. Dado que los coches
se propulsaban con gasógenos (generadores alimentados con leña), se disparó la demanda de
madera. La tala se inició en el robledo de 1910, pero aquel sitio distaba tanto de cualquier
estación de tren que la empresa resultaba temeraria desde el punto de vista financiero. Así que
fue abandonada. El pastor no se enteró de nada. Se hallaba a treinta kilómetros del lugar,
prosiguiendo su labor con toda tranquilidad, pasando por alto la guerra del treinta y nueve tal
como había hecho con la del catorce.
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 Vi a Elzéard Bouffier por última vez en junio de 1945. Tenía ochenta y siete años.
Emprendí de nuevo la ruta de la tierra baldía; pero ahora, a pesar del caos que la guerra sembrara
por todo el país, había un autobús que cubría el trayecto entre el valle de Durance y el monte.
Atribuí el hecho de no reconocer los escenarios de mis anteriores viajes a la relativa velocidad
de aquel medio de transporte. Me pareció, asimismo, que la carretera discurría por territorios
nuevos. Pero me bastó el nombre de un pueblo para convencerme de que me hallaba, en efecto,
en aquella comarca que había sido todo ruinas y desolación.
 El autobús me dejó en Vergons. En 1913 aquella aldea de diez o doce casas tenía tres
habitantes. Eran criaturas salvajes que se odiaban unas a otras, que vivían cazando con trampas,
próximas aún, tanto física como moralmente, al estado de hombres prehistóricos. Por todas
partes crecían las ortigas entre los restos de las casas abandonadas. Habían perdido toda
esperanza. No les restaba más que esperar la muerte, una situación que raramente predispone a
la virtud.
 Todo había cambiado. Incluso el aire. En lugar de los severos vientos secos que solían
atacarme, soplaba una brisa amable, cargada de fragancias. De las montañas llegaba un rumor
como de agua: era el viento en el bosque. Lo más asombroso de todo fue oír un sonido real de
agua cayendo en un estanque. Comprobé que habían construido una fuente que manaba en
abundancia y (fue lo que más me emocionó) que alguien había plantado un tilo junto a ella, un
tilo que contaría unos cuatro años, ya en plena floración, como un símbolo incontestable de la
resurrección.
 Por otra parte, Vergons daba fe de un empeño cuya envergadura exigía tener esperanza.
Así pues, la esperanza había vuelto. Se retiraron los escombros, se abatieron las paredes
derruidas y se restauraron cinco casas. Ahora se contaban veintiocho almas, cuatro de las cuales
eran jóvenes casados. Las casas nuevas, recién enlucidas, estaban rodeadas de jardines donde
crecían verduras y flores en ordenada confusión: calabazas y rosas, puerros y dragones, apios y
anémonas. Se había convertido en la clase de pueblo que invita a vivir.
 A partir de allí proseguí a pie. La guerra recién terminada aún no permitía que la vida
floreciera en todo su esplendor, pero Lázaro se había levantado de la tumba. En las faldas de la 
montaña divisé pequeños campos de cebada y centeno; al fondo de los valles estrechos los
prados reverdecían.
 Han bastado ocho años desde entonces para que todo el campo rebose vitalidad y
prosperidad. Allí donde en 1913 no vi más que ruinas, ahora se levantan granjas bien cuidadas,
pulcramente enlucidas, testimonio de una vida cómoda y placentera. Los antiguos arroyos,
alimentados por la lluvia y la nieve que acumula el bosque, fluyen de nuevo. Sus aguas se han
canalizado. En todas las granjas, en bosquecillos de arces, las albercas rebosan agua clara sobre
tapices de hierbabuena. Los pueblos se han ido reconstruyendo poco a poco. Las gentes de las
llanuras, donde la tierra es costosa, se han establecido aquí, trayendo consigo juventud, acción y
espíritu aventurero. Junto a los caminos encuentras hombres y mujeres campechanos y cordiales,
muchachos y jovencitas que saben reír y han recuperado la afición por las meriendas campestres.
Contando a los antiguos pobladores, irreconocibles ahora que viven con holgura, más de diez
mil personas deben su felicidad a Elzéard Bouffier.
 Cuando pienso que un solo hombre, armado únicamente de sus recursos físicos y morales,
fue capaz de hacer surgir de un yermo esta tierra prometida, me convenzo de que, a pesar de
todo, el género humano es admirable. Pero cuando hago el cómputo de la constante grandeza de
espíritu y de la tenaz benevolencia que sin duda ha requerido alcanzar este resultado, me
embarga un inmenso respeto por este viejo campesino iletrado que ha sabido completar una obra
digna de Dios.
Elzéard Bouffier falleció tranquilamente en 1947, en el hospicio de Banon.
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