En un lejano reino de Occidente, vivía una hermosa joven llamada
Fatima que crecía alegre y feliz en el seno de una familia de
hilanderos, una familia experta en el arte de fabricar cuerdas para los
usos más variados que se pudiera imaginar. Fatima, conforme se iba
haciendo mujer compartía los trabajos y aprendía a la perfección el
manejo de sus manos, con lo que ya a edad temprana, había alcanzado una
destreza digna de los mejores maestros.
Un día de primavera, su
padre, acercándose a ella, le dijo: "Querida hija, como ya eres una
mujer, sería conveniente que vinieras conmigo en la próxima travesía por
mar. Tengo transacciones que realizar en las Islas del Mar Mediterráneo
y pienso que además de ayudarme en mis tareas y conocer mundo, tal vez
encuentres un joven honrado y de buena posición con el que quieras formar una familia".
Fatima aceptó encantada la propuesta de su padre y se puso de inmediato a preparar todo lo necesario. Llegado el momento de
partir,emprendieron el camino y tras varias semanas de viaje llegaron a
su primer destino. Una vez allí y, mientras el padre realizaba sus
negocios y formalizaba pactos, Fatima soñaba con el esposo que, de un
momento a otro, podría aparecer y, de inmediato, reconocería.
Pero
de pronto, cuando se encontraban en alta mar camino de Creta, se levantó
una tormenta con un oleaje tan terrible que el barco terminó por
naufragar.
Entre vientos y grandes olas, Fatima cayó al mar y, tras
unas horas de angustia, fue llevada por la marea hasta una playa
cercana. Su padre había muerto y ella se sentía totalmente hundida y
desamparada.
Pasadas algunas horas, y ya bajo el sol del mediodía,
Fatima vagaba por la arena pensando en su suerte y en sus grandes sueños
rotos... así pasaron varias horas, hasta que al fin, fue encontrada por
una familia de tejedores que por aquellas cercanías vivía, los cuales a
pesar de ser pobres, la acogieron en su casa como si de una hija más se
tratase, con la intención de compartir su comida y su oficio.
Fatima se entregó a los trabajos de aquella familia y, poco a poco, fue
haciéndose una experta en la confección de las telas. Pasado un tiempo, Fatima ya conocía los secretos de los más extraños tejidos. De esta
manera, la joven iniciaba una segunda vida, en la que llegó a ser
plenamente feliz, reconciliada con su suerte y su destino.
Pero
llegó un día, en el que hallándose sentada en la playa sonriendo al
horizonte, desembarcó una banda de mercaderes de esclavos que,
sorprendiéndola de súbito, se la llevaron presa junto con otro grupo de
cautivos.
A pesar de lamentarse amargamente por su suerte, no encontró
compasión por parte de ninguno de sus captores, quienes la llevaron a
Estambul y finalmente la vendieron como esclava. Por segunda vez su
mundo se había derrumbado. Una vez más, lloraba amargamente,
entristecida por su suerte...
Sin embargo, sucedió algo que
cambiaría de nuevo el rumbo de su vida. Aquel día, casualmente en el
mercado había pocos compradores. Pero entre ellos se encontraba un rico
mercader que buscaba esclavos para su próspera planta de fabricación de
mástiles. Cuando vio el abatimiento de la muchacha, sintió compasión por
ella y decidió comprarla pensando que, de este modo, podría ofrecerle
una vida más digna.
Más tarde, llevando a Fatima a su hogar con
intención de hacer de ella una ayudante para su esposa, se enteró de que
un incendio había arruinado sus cargamentos y acabado con todas sus
existencias... por lo que no pudiendo afrontar los gastos que le
ocasionaba tener trabajadores, se quedó tan sólo con Viviana que, junto a
él y su esposa, llevarían a cabo la tarea de fabricar mástiles de
verdadera artesanía.
Fatima agradecida al mercader por haberla rescatado, trabajó con
tanta entrega y diligencia que consiguió a los pocos años llegar ser
una auténtica experta en la fabricación de toda clase postes y
mástiles,por difíciles que estos fuesen de resolver. Al poco tiempo, su
amo en agradecimiento a los buenos servicios, le concedió la libertad,
pasando a trabajar para él como ayudante de confianza. Fue así como
consiguió ser feliz y plenamente dichosa en ésta, su tercera profesión.
Así pasó el tiempo hasta que un día, aquel buen hombre le dijo:
"Fatima, yo ya voy siendo viejo y, quiero que, en esta ocasión, seas tú
quien vaya a Java a entregar unos mástiles de gran valor. Asegúrate en
mi nombre de venderlos con provecho".
Ella se puso en camino
contenta y feliz de viajar hacia su tan soñado Oriente... pero ¡Oh
destino! cuando el barco estuvo frente a las costas de China, un
terrible tifón lo hizo naufragar y, ¡Horror! Una vez más, se vio
arrojada a la playa de un país totalmente desconocido. "¡Otra vez!" se
decía llorando amargamente. "Mi vida vuelve a tropezar ante el destino
¿Qué deberé ahora de aprender y superar?"
Fatima sentía que cuando
conseguía dominar plenamente algún oficio y sentar las raíces de su
vida, sucedía algo inesperado que la hacía cambiar de dirección.
Una vez repuesta, se levantó de la arena y se puso a caminar en dirección a un poblado que divisó a lo lejos. Como no era frecuente la
presencia de viajeros de raza blanca, fue acogida con respeto y
curiosidad... pero sucedió que en aquel país existía una leyenda
profética... se decía que un día llegaría una mujer extranjera, capaz de
hacer, ella sola y sin ayuda de nadie, un templo para el Emperador de
difícil y compleja construcción.
Y puesto que en aquel entonces en
China no había nadie que pudiera por sí solo hacer este tipo de
construcciones, todo el Imperio esperaba el cumplimiento de aquella
extraña predicción con la más vívida expectativa.
Al fin de estar seguros de que cuando llegara la extranjera por aquellas tierras no pasara inadvertida, los sucesivos emperadores de
China solían enviar heraldos, una vez cada año, a todas las ciudades y
aldeas del país, pidiendo que cada mujer extranjera fuera llevada a la
corte.
Fue justamente en una de esas ocasiones cuando Fatima fue presentada al Emperador: "Señora" dijo el Emperador "¿Seríais capaz de
construir un templo para el Imperio que tenga las características que
aquí figuran, pero sin ayuda de ninguna otra mano?" dijo, mostrándole un
papiro pleno de garabatos e imágenes.
Ella tras observarlo detenidamente, se sintió de pronto iluminada.
Sabía que era capaz de hacerlo, ya que por lo que dedujo, hacía falta
un mástil tan fuerte y flexible como los que habían dado tanta fama a su
antiguo amo el mercader. Asimismo se requería un tipo de tela, de
características tales, que tan sólo aquellos entrañables tejedores con
los que compartió afecto y habilidades, podrían haberle enseñado. Y por
último, dedujo que esa construcción debía poseer unos sistemas de
sujeción de una clase de cuerda tal, que pudiesen soportar el impacto de
los fuertes vientos sin perder tensión y resistencia. Sólo sus padres,
aquellos expertos maestros hilanderos, podrían haberle enseñado algo
así.
Fátima trabajó muy duramente por espacio de nueve meses. Y
finalmente presentó su obra al Emperador, el cual tras observar con
asombro la perfección y detalle de su creación, premió a Fátima con la
generosidad de las grandes recompensas con sabor a destino.
La PROSPERIDAD, EL AMOR Y LA SABIDURÍA habían llegado de
manera plena y abundante a la vida de una Fátima que encarnaba la plenitud y la grandeza de la vida.
Cuentan que todo aquel que llegó a conocerla, salía de su presencia,
iluminado de esa extraña confianza y certeza que proporciona la
percepción de los grandes destinos del alma.
Tras ejercer la
sabiduría y el amor supremos en una vida fecunda e intensa, Fátima murió
en paz y armonía a la edad de 99 años. Desde entonces, se dice que su
espíritu susurra a los oídos de los que se sienten abandonados por su
suerte, que no teman... que confíen... que
Tras los vaivenes de la vida...
Late un Camino Mayor que acompaña
y protege a los que siguen adelante.